El monstruo
Ella corría desesperadamente; la inmensa mole que la perseguía, perturbaba sus pasos disparejos y acelerados. Tenía un tacón roto y lactaciones en las rodillas, la ropa desgarrada y sucia. Intentaba correr y las calles maltratadas no se lo permitían, tropezó con un transeúnte que la miró extrañado. Ella miraba hacia atrás con aire un poco paranoico y cara de terror, la monstruosa mole aún la perseguía y casi le daba alcance, en su cabeza Ella se preguntaba cómo podía ser que nadie se inmutara ante tan verde y viscosa bestia que se paseaba tan campante por la avenida mas concurrida de la ciudad. Aparentemente sólo Ella podía verlo.
El monstruo se detuvo a mirar una foto de Ella en una valla casi tan grande como él y potentemente iluminada. Esa noche la luna brillaba, alzó enorme y de un amarillo intenso con todos sus cráteres perfectamente delineados, sin una nube en el cielo negro y sin estrellas de la ciudad. Ella miró a la bestia y tuvo un espasmo de terror, cayó al suelo y se quitó los zapatos. Corrió al estacionamiento donde pocas horas antes había percibido la presencia del monstruo. Entro en su auto y miró los desperdicios de su pasado festín: Tres hamburguesas dobles con sus respectivas papas fritas, toneladas de envolturas de caramelos y demás chucherías, una enorme barra de chocolate a medio comer; y lo más macabro de todo. La cava donde guardaba las bolsas con su contenido estomacal, para pesarlo luego en casa y cerciorarse de que todo había salido. Esta última imagen, que se repetía noche tras noche desde que era una chica famosa con una vida perfecta, le hizo sentir asco y lástima de sí misma, pero no pudo contenerse y no tuvo tiempo ni valor para tomar una de las bolsas herméticas de la guantera, sacó la cabeza de su brillante camioneta –envidia de sus amigos y de todos los que la conocían, y que tanto trabajo le costó para- y vomitó. Manchó su pulida pintura negra y maldijo una vez mas su suerte.
Ya no vía a la bestia que la perseguía. Se sentía segura. Respiró profundo y tomó un sorbo de su botella de agua. Cerró los ojos y en seguida vinieron los recuerdos; se vio a sí misma en el colegio, con su falda azul hasta la rodilla y sus medias blancas y su denso abrigo azul que no se quitaba jamás porque ocultaba lo que le sobraba, recordó también como huía de sus compañeras en los recesos y se ensimismaba en un libro y en un rebozado trozo de pan. Recordó como se burlaban de ella por no tener un novio y no atreverse a perforarse el ombligo. Muy a su pesar, se acordó de él, s primer amor. Recordó las dietas, los ejercicios interminables, las presiones de su madre y las sonrisillas hipócritas de sus compañeras y en especial la cara de él, cuando la vio en un ajustado vestidito negro que mostraba todos sus progresos y los cambios que había obrado en ella su labia erótica y dulzona. Recordó ese día, como estaba dispuesta a todo y se dejó llevar por él sin reservas y sin miedo. En como sin pensárselo mucho subió los peldaños de la escalera, cómo le temblaban las piernas y como se veía el atardecer desde la ventana mientras el entraba en ella y le besaba el cuello, recordó su olor y como le sudaban las manos. Y todo lo que pasó después. El rechazo de su madre, el hábito adquirido de la autoflagelación. Y se hizo modelo; ahora era rica y famosa, nunca se sintió bella. Pensando y recordando se quedó dormida sobre el volante. Y cuando despertó, el sol brillaba alto y el cielo era de un azul metálico. No recordaba que había pasado. Pero al mirar por su retrovisor el monstruo aún estaba ahí. Su hambre, que jamás la desamparaba y ahora la miraba impávida.
El monstruo se detuvo a mirar una foto de Ella en una valla casi tan grande como él y potentemente iluminada. Esa noche la luna brillaba, alzó enorme y de un amarillo intenso con todos sus cráteres perfectamente delineados, sin una nube en el cielo negro y sin estrellas de la ciudad. Ella miró a la bestia y tuvo un espasmo de terror, cayó al suelo y se quitó los zapatos. Corrió al estacionamiento donde pocas horas antes había percibido la presencia del monstruo. Entro en su auto y miró los desperdicios de su pasado festín: Tres hamburguesas dobles con sus respectivas papas fritas, toneladas de envolturas de caramelos y demás chucherías, una enorme barra de chocolate a medio comer; y lo más macabro de todo. La cava donde guardaba las bolsas con su contenido estomacal, para pesarlo luego en casa y cerciorarse de que todo había salido. Esta última imagen, que se repetía noche tras noche desde que era una chica famosa con una vida perfecta, le hizo sentir asco y lástima de sí misma, pero no pudo contenerse y no tuvo tiempo ni valor para tomar una de las bolsas herméticas de la guantera, sacó la cabeza de su brillante camioneta –envidia de sus amigos y de todos los que la conocían, y que tanto trabajo le costó para- y vomitó. Manchó su pulida pintura negra y maldijo una vez mas su suerte.
Ya no vía a la bestia que la perseguía. Se sentía segura. Respiró profundo y tomó un sorbo de su botella de agua. Cerró los ojos y en seguida vinieron los recuerdos; se vio a sí misma en el colegio, con su falda azul hasta la rodilla y sus medias blancas y su denso abrigo azul que no se quitaba jamás porque ocultaba lo que le sobraba, recordó también como huía de sus compañeras en los recesos y se ensimismaba en un libro y en un rebozado trozo de pan. Recordó como se burlaban de ella por no tener un novio y no atreverse a perforarse el ombligo. Muy a su pesar, se acordó de él, s primer amor. Recordó las dietas, los ejercicios interminables, las presiones de su madre y las sonrisillas hipócritas de sus compañeras y en especial la cara de él, cuando la vio en un ajustado vestidito negro que mostraba todos sus progresos y los cambios que había obrado en ella su labia erótica y dulzona. Recordó ese día, como estaba dispuesta a todo y se dejó llevar por él sin reservas y sin miedo. En como sin pensárselo mucho subió los peldaños de la escalera, cómo le temblaban las piernas y como se veía el atardecer desde la ventana mientras el entraba en ella y le besaba el cuello, recordó su olor y como le sudaban las manos. Y todo lo que pasó después. El rechazo de su madre, el hábito adquirido de la autoflagelación. Y se hizo modelo; ahora era rica y famosa, nunca se sintió bella. Pensando y recordando se quedó dormida sobre el volante. Y cuando despertó, el sol brillaba alto y el cielo era de un azul metálico. No recordaba que había pasado. Pero al mirar por su retrovisor el monstruo aún estaba ahí. Su hambre, que jamás la desamparaba y ahora la miraba impávida.
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