El mejor día de mi vida. El que escogí para morirme
Ése día me quería morir. Usualmente esos días son los que escoge el mundo para congraciarse y no dejarlo a uno matarse en paz. Y eso fue justamente lo que me pasó a mí. No recuerdo que día era, solo se que hacia un sol precioso y por un nosequé me dio por lavarme el pelo. El agua tibia, la espuma rosada con olor a manzana en el pelo, me hicieron sentirme un poco mejor. Salí a la calle, no hacia ni frío ni calor, una bonita mañana para estar feliz, definitivamente no para querer morirse, el trafico despejado y el transporte publico casi agradable. Realmente raro, hasta para mí. De hecho creí que me había muerto la noche anterior y estaba inmersa en una rara experiencia paranormal o que se yo; del error me sacó el frutero de la esquina regalándome un níspero. Si otros podían verme y notar mi presencia ese día pues ¡nada! Estaba viva. Y debía seguir. odio tener el pelo mojado por alguna rara convención social que me inculcó mi abuela de que era mal visto una mujer que saliera con el cabello mojado, cosas de ella y su pueblo de cabras, lo cierto es que para mi es una regla de vida. Además, capaz sentirme bonita me haría sentir mejor. Las mujeres tenemos algo en común y es la vanidad, y la expresamos de distintas maneras y a todas, absolutamente a todas –aunque lo nieguen las feministas y las más conservadoras- nos gusta vernos bien. ¿O es que acaso se ha visto una monja con el hábito arrugado? En fin, me dirigí al templo, la nave nodriza de las vanidosas. Fui a la peluquería.
No suelo ir a esas peluquerías bulliciosas llenas de peluqueros de voz aflautada y gestos afectados, me cae bien Carmen que esta a tres cuadras de casa y siempre me escucha el drama de turno y me ofrece un poco de café con demasiada azúcar, mientras me cuenta de su época moza donde le encantaba Led Zeppelin y tenia un novio que la sacaba a pasear en moto. Y me alegra escucharla, me voy enterando que hay otra gente con problemas y recuerdos. Igual la manicurista, me gusta el masaje en los pies, me hace sentir mejor. Llegué saludando entre dientes y me senté, ya era publico y notorio mi malestar, aunque nadie supiera hasta que punto. ¿Por qué molestarte en arreglarte el pelo y los pies si te quieres suicidar? Como un pequeño regalo. Un último placer.
¿Cómo describir lo que es ir a la peluquería? Sencillamente es la panacea, la solución a todo. Te sientas y ya el olor de los productos para el cabello te hace entrar en esa atmosfera familiar, es un ambiente de camaradería femenina, un lugar seguro. Es agradable sentir el aire caliente en el cuero cabelludo, hablar de cosas de mujeres sin miedo de herir susceptibilidades, leer las revistas de chismes que jamás te atreverías a comprar, confesarte con alguien anónimo en un ambiente informal. Debe ser como cuando los hombres van a un bar y se beben una, dos, seis cervezas y acaban desahogándose con el barman, claro está que nosotras lo hacemos sin el riesgo de salir vomitando o involucradas en una pelea. Después de secarme el pelo y llorar mis penas y oír consejos, me vi al espejo; era linda, pero la tristeza me pesaba. Fui hasta donde la manicurista, todo un ritual. El agua tibia, con sales para los pies, sumerges primero los dedos, luego un poco los talones y poco a poco el pie hasta que te acostumbras al calor y a la vibración de la maquina; luego las manos en ese cuenco curiosísimo con forma de concha marina, luego la crema para las cutículas en cada uña de cada dedo, luego a remojar un poco mas. Ahí vas hablando, soltando todo y sintiéndote consentida. Luego viene el arreglo de las uñas, las limpian, las recortan, las liman, las pulen y las pintan. Una pequeña exfoliación con esa crema con grumos que huele tan rico a chocolate y se ve perfecto. Ese día contrario a mi costumbre no elegí colores fuertes; ni negro, ni azul, ni vino, mas bien un gris muy pálido. Durante el rato me despaché a gusto con los últimos chismes de celebridades y otra gente desconocida, y escuche otras cinco veces que ningún hombre merecía lágrimas mientras no estuviese muerto. Y volví. En menos de una hora la muerta, sería yo. Luego de pagar, me invadió la vanidad. Me sentía bella, y el día era simplemente precioso, un sol perfecto, poca gente y poco ruido en la calle. Camine hasta el Metro, no había cola para el ticket. Había escogido un día raro. Pensé en pasar ese día despidiéndome de lo que me gustaba, de la universidad, de mis amigos, quizá comer algo rico. Procurarme un buen último día sobre la Tierra, que cosas tan macabras piensa la gente que quiere hacer una estupidez. En el metro sonaba un bolero, “bésame mucho”. Nada fácil, pero seguí adelante. Tenia un nudo en la garganta y por primera vez en mi vida odie con toda mi alma a un desconocido; -Maldito el idiota que pone la música en el Metro…- Creo que fue lo que atine a pensar, sobre la línea amarilla, el tren llegando al andén. Disminuyó la velocidad poco a poco, paso frente a mi tan lento que la brisa no movió mi teñido y planchado cabello y se me desinfló un poquito más el ánimo.
Cerca del mediodía llegue a la universidad, siempre llena de gente, una amalgama de gente rara y bulliciosa. Me fui directo a mi columna en la plaza a leer. Sí, ese día saqué un libro. El Amante de Marguerite Duras. Recuerdo que leía esa pagina, decía:
“Podría engañarme, creer que soy hermosa como las mujeres hermosas, como las mujeres miradas, porque realmente me miran mucho. Pero sé que no es cuestión de belleza sino de otra cosa, por ejemplo, sí, de otra cosa, por ejemplo, de carácter. Parezco lo que quiero parecer, incluso hermosa si es eso lo que quieren que sea, hermosa, o bonita, bonita por ejemplo para la familia, solamente para la familia no, puedo convertirme en lo que quieran que sea. Y creerlo. Creer, además, que soy encantadora. En cuanto lo creo, se convierte en realidad para quienes me ven y desean que sea de una manera acorde con sus gustos, también lo sé. Así, puedo ser encantadora, a conciencia, incluso si estoy atormentada por la estocada a muerte de mi hermano. Para la muerte, una sola cómplice: mi madre. Empleo la palabra encantadora como la empleaban a mi alrededor, alrededor de los niños”.
Sí, un alma tan atormentada como la mía. Otro regalo placentero para ese día absurdo. Para mi es maravilloso descubrirme en otra historia, verme en otro reflejo que no es el mío, saber que de alguna manera vivo en otra vida que no es la mía. Y alguien me miraba. El idiota con la patineta que jamás me había prestado atención ¡me miraba!, -imbécil- pensé, y volví a mi lectura. Sonó el celular. Con alivio comprobé que no era Él con sus tonterías de nuevo, ni nadie a quien le debiera dinero, ni mi madre. Era Frank, quería almorzar. No estaba de ánimos para comer pero siempre es interesante estar con el, tiene el raro don de escuchar. A el si le conté de mis planes. Me dijo que no era lo mejor, pero que si quería lanzarme al tren no lo hiciera a la hora pico porque media ciudad no tenia la culpa de que mi novio me hubiera dejado. Tenía razón. –Es joder demasiado, a demasiada gente que no conoces. ¿No crees tú?- y callé. Siempre tiene razón.
Mas tarde llegaron otros. En el comedor no había comida sino sándwiches de jamón y queso, bastante escuetos en su bandeja. Ni modo, si quería morir con el estomago lleno era mejor ir a otro lugar. Llegué a la escuela, salude a todos como si nada. Entré a clase. Salí, tenia ese hueco libre entre las cuatro y las seis y vi que el hueco seria mayor porque la profesora de las cinco y media no vendría. En otra situación hubiera sido un día genial. Pero yo había amanecido con ganas de morirme, y ése había sido mi firme propósito durante todo el día.
Decidí acostarme en la grama a perder el tiempo y llegó José Luis con la firme idea de beber, y yo, que estaba perdiendo el aplomo, decidí secundarlo en sus planes. Pronto nos hicimos de una botella de ron. A oír música, y a quejarnos de la vida y del mundo mientras caía la noche. Sonaba “Creep”, en el reproductor de música del celular, yo tarareaba con la lengua enredada, -I want to have control. I want a perfect body, I want a perfect soul-. Y seguí: -You're so very special I wish I was special-. Rebuscando sencillo en mi cartera me topé con un porro que tenia semanas allí, nada quedó sino encenderlo y no darle mas largas al asunto. Si me iba a matar, el guayabo, el Metro o lo que fuera; que por lo menos no me doliera, mas de lo que ya dolía estar triste. Ese día no importo violar mis propias normas de no fumar en la universidad, ni me importo la agitación que había cerca del Aula Magna. Poco después llegó Frank a recordarme mi propósito del día, y antes de poder hablar me levantó del suelo para averiguar el por qué de tanta gente bien vestida. Encontramos a alguien de la escuela, -¡Es la presentación de Dudamel con la Sinfónica Juvenil Simon Bolívar!- eso dijeron, y tanto que me gusta la música clásica. Sería el broche de oro. Inmediatamente agregaron que les sobraba una entrada y que nos la cedían, que no seria tan difícil conseguir otra. Todo pesar, todo se borró de mi cabeza, así que como pude conseguí una entrada más, para no entrar sola.
Era la novena sinfonía de Beethoven, ahí. Delante de mí. Y hay que ver que tuve suerte y estar en el patio en la tercera fila del centro que solo estaba ocupada por una señora bastante mayor. Mucha gente haciendo música sincronizadamente para mí. Para mí, la loca del pelo rosado que tenía el cerebro entumecido y se quería morir. Solo puedo decir que fue alucinante ver a tanta gente moverse a un tiempo, atentos a un mínimo movimiento. Y la oda a la alegría, que simplemente me sacó de mi realidad. Ya yo no era nada, era como algo inmaterial que iba y venia con la música. Una plumita, que volaba y flotaba por ahí. Se podía acabar el mundo, que yo estaba disfrutando el mejor día de mi vida, el día que escogí para morirme. Saliendo de allí un chico se acerco a hablarme, por coqueta le quité el programa que estrujaba nervioso entre sus manos. Me sentía poderosa, hasta bonita. Es como raro e inesperado el efecto que ciertas cosas juntas pueden hacer. Ahora me di cuenta que suicidarse no es tan fácil como lo pintan, no por el problema filosófico; sino porque la vida no te deja. Estaba ebria, con el pelo perfecto, las uñas lindas, mi ropa favorita, saliendo del evento más sobrecogedor y acaparando atención positiva. Así que decidí mejor dejar eso de lanzarme al metro para después, cuando ya el mundo se canse de darme sorpresas, me escaseen los amigos, se me acaben los libros que leer, no haya hombres amables que con un detalle me recuerden que soy y estoy, y definitivamente, para cuando toda esta mierda deje realmente de valer la pena. Y quizá entonces piense en algo un poco mas sofisticado, o simplemente ya no tenga caso. Sólo me queda exigirle a la vida que ya que no me dejó bajarme del tren, al menos no me escatime los días como este.
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