Este cuento me marcó en el 1º semestre y me hizo amar mi carrera...
El Club de la Masturbación
a Sonia, Vandy, Dag, Bou y Vick
Me han designado miembro honorario del Club de la Masturbación. La idea del club (para no variar) fue de Isla, la novia de Obdulio. Estábamos en el Café de la 16, aburridos, y de repente Isla alzó las manos y gritó:
-Tengo una gran idea. Vamos a masturbarnos.
-Tengo una gran idea. Vamos a masturbarnos.
En un principio todos nos reímos (Isla siempre con sus cosas), pero ella estaba muy seria y seguía explicando orgullosa su genial idea. Selva, mi novia, fue la primera en apoyarla:
-No veo por qué no, mis amigos siempre cuentan como experiencias divertidas sus masturbaciones grupales frente a la televisión.
Obdulio y yo nos miramos discretamente y sonreímos. Entonces Isla, ya con media batalla ganada, fijó su vista en Silda y Aralia, y, cejas en alto, dedo en mandíbula, labio inferior tembloroso, les preguntó:
-¿Entonces?
Silda y Aralia se miraron divertidas y afirmaron en un coro de falsa inconvicción:
-¿Por qué no?
Isla pidió la cuenta (ella pagó) y en cuestión de segundos estábamos todos en el jeep de Obdulio. Isla, adelante con él, volteó a verme y dijo:
-Ustedes dos no pueden participar, esto es cosa de mujeres. Sin embargo, podemos crear una especie de concurso de masturbación. Obdulio y tú serán el jurado.
La silueta fluorescente del "Sky Palace" se convirtió en nuestra siguiente parada (idea de Selva: -Allí tienen una habitación especial en la que el techo se abre y se ven las estrellas). Todos estuvimos de acuerdo (Isla pagaría).
Ahora estamos en el susodicho cuarto: "La suite celestial", la llaman. La cama es cuadrada y está en una esquina (personalmente la imaginaba redonda y en el medio de la habitación, al igual que la ventana en el techo; demasiadas películas, supongo). Lo mismo el ventanal, en exactas proporciones a la cama. Selva oprime un botón rojo en la pared y una cortina de corcho bajo el vidrio despeja un cielo lleno de estrellas y -cosa imperdonable- ausente de luna. Silda y Aralia se sientan en la cama, se pegan a la pared. Isla hace lo mismo, luego Selva. Obdulio y yo nos sentamos en el piso: el cuerpo de Selva es lo único que vemos en su entera dimensión.
Todas comienzan un extraño juego, simultáneo a un acuerdo tácito de silencio entre Obdulio y yo. Cada una le va haciendo a la que tiene a su lado, algo que la pueda excitar: cariñitos en el cabello, palabras sucias al oído, masajes circulares en los pezones, besos alternativos que comenzando en el cuello terminan en lugares insondables…, y así, en línea recta que culmina y se devuelve y culmina y se devuelve…
Obdulio y yo observamos cuidadosos la escena. Como miembros honorarios del Club de la masturbación y en premio a nuestra aceptación de tan difícil tarea (ser jurado en el primer concurso), recibiremos quizá, un certificado de culminar con éxito el primer nivel de Prácticas voyeuristas. Pero vamos a lo que nos toca, comencemos a hacer valer nuestro papel de jurado, a discutir objetivamente en procura de un honesto y justo fallo.
En un principio hablamos de otorgar el premio a los mejores gemidos, quizá también a quien alcance el orgasmo más rápido. Pero al poco rato descubrimos que en la cama nadie se está masturbando. La masturbación, a entender de este jurado conservador y chapado a la antigua, debe constituir un acto unipersonal, autónomo y, en el mejor de los casos, privado. La acción en la cama, por el contrario, es cien por ciento colectiva. "En la unión está la fuerza", ha de estar pensando Selva, siempre tan patriótica ella. Obdulio y yo -tanto movimiento femenino en una sola cama- hemos empezado a, calladamente, excitarnos. También nos estamos poniendo algo celosos. Isla y Selva, nuestras novias, ya han roto la cadena de excitación lineal, convirtiéndose en una pareja perfectamente libre y consciente de lo que hace: ¡Y vaya que lo hacen bien!
Silda y Aralia, aunque eso no nos importe, también se han arrejuntado en un dúo que nada tiene que ver con la pareja de al lado. Todas parecen disfrutar enormemente la justa, tanto, que se han olvidado por completo del jurado.
Obdulio y yo, ya para evitar sentirnos irresponsables por no culminar la absurda tarea encomendada, ya para olvidar un poco lo que vemos en la cama, decidimos cuadrar los premios que otorgaremos:
1.- La mano más atrevida: Silda.
2.- La pierna más atrevida: Isla -aquí un chispazo de furia brilla en la mirada de Obdulio-.
3.- Premio a la invisibilidad: Aralia; desde que comenzó la sesión, su cuerpo no se ha visto en lo más mínimo, debe estar inmóvil de terror ante la mano agresiva de Silda, o muerta de placer, en la catatonia de un prolongado y fulminante orgasmo.
4.- Premio especial: Selva, por estar en la posición más incómoda, tanto anatómicamente (a cada rato parece a punto de caerse de la cama), como a los ojos del jurado: es la única que vemos con lujo de detalles -esta vez el chispazo de furia brilla en mis ojos- y eso podría (pero no es así para nada) cohibirla.
La contienda en la cama toma más y más fuerza, se prolonga hasta el infinito. La mezcla de excitación, celos y el primer indicio de que nos empezamos a aburrir, nos obliga, a Obdulio y a mí, abandonar la tarea de jurado, a dedicarnos a algo más productivo.
En la cama la cosa sigue y sigue, Silda y Aralia se dan cuenta de que probablemente seguirá por mucho rato si no hacen algo. Lo mismo la otra pareja: una Isla de placer y una Selva de pasión, al parecer son insuficientes para un orgasmo satisfactorio. Necesitan un miembro especial. Piensan que Obdulio y yo estamos aquí, que mejor nos invitan a la cama.
Silda y Aralia, siempre tan creativas, tan independientes, han decidido utilizar sus manos: uniendo tres o cuatro dedos y empujando hacia adentro… pues, algo deben lograr. Isla y Selva, no tan ingeniosas, se miran fijamente: están de acuerdo, nos llamarán.
Silda y Aralia gritan: ha surtido efecto. Isla y Selva se levantan y nos buscan… pero Obdulio y yo estamos ocupados: él de cara al piso, sintiendo el peso de mi cuerpo, pecho a espalda, pene a culo; enseñándoles a estas pervertidas que la traición se paga caro; y que en este concurso de bases nunca precisas, los únicos ganadores somos nosotros; y que así queda oficialmente clausurado el Club de la Masturbación; y que aquí terminan algunas relaciones de pareja y comienzan a florecer los frutos de otras.
Tomado de: Vulgar de Roberto Martínez Bachrich. (el titulo linkea a una paginita donde esta todo el libro).
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